- Por Jorge Santiago Rojas, *licenciado en Relaciones Internacionales
El pasado domingo 8 de enero – 7 días después de la asunción de Lula da Silva como Presidente de la República de Brasil – sectores extremistas ligados a la ultraderecha bolsonarista, invadieron la sede de gobierno de la ciudad de Brasilia. Por medio de la fuerza ocuparon y destruyeron las sedes de los 3 poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) conocida como la Plaza de los Tres Poderes y el Planalto, la sede del poder ejecutivo.
Estos sucesos violentos se produjeron días después de que sectores afines comenzarán a concentrarse en la ciudad de Brasilia. Desde el 5 de enero cientos de manifestantes se acercaron a la ciudad capital por medio de colectivos, dando cuenta del nivel de organización de este asalto. Estos extremistas, al igual que su líder, no reconocen la derrota en los comicios de octubre y por el contrario alegan fraude electoral, atribuyéndose asimismo el deber de “proteger Brasil del comunismo”.
Estos hechos se nos representan como un dejavu que nos rememora a las circunstancias sobrevenidas el 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Washington, cuando un grupo de “trumpistas” tomaron por la fuerza el Congreso de Estados Unidos. Pasados dos años de esas circunstancias los mismos hechos volvieron a repetirse, pero esta vez en el continente sudamericano, en Brasil. La similitud que se advierte en las circunstancias no es casual, existe una importante afinidad ideológica y personal de los bolsonaristas con el ex presidente norteamericano Donald Trump. Esto se puede verificar en la retórica y en el comportamiento adoptado frente a los resultados electorales: desconocimiento de la derrota y alegación de fraude que tendrán como resultado intentos de asalto a uno de los poderes del Estado.
Frente a estos hechos el presidente Lula decretó la intervención federal de la ciudad de Brasilia – por lo que la seguridad pasó a estar bajo control del gobierno nacional- con el objeto de pacificar la ciudad e investigar la organización y el financiamiento de estos hechos violentos. Así se declaró el Estado de Emergencia hasta el 31 de enero y la justicia brasilera desplazó por 90 días al gobernador del estado, Ibaneis Rocha. Asimismo, uno de los principales acusados de fogonear y organizar los hechos vandálicos es el secretario de Seguridad de Brasilia, Anderson Torres, quien fue ministro de Justicia de Bolsonaro y que mientras se sucedían los actos terroristas en el Planalto se encontraba de vacaciones.
Inmediatamente después de estos hechos las autoridades de varios países de América Latina y del Mundo -Argentina, Bolivia, Chile, China, Colombia, Estados Unidos, España, Francia, México, Rusia – expresaron su solidaridad con Lula y su repudio a estos hechos de violencia. Incluso la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, de extrema derecha y cercana al ideario trumpista, también condenó el ataque. Estos apoyos dan cuenta del aislamiento del bolsonarismo luego de las imágenes del día de ayer.
A pesar de los destrozos aún persistentes en el Planalto – sede del poder ejecutivo-, Lula y su gabinete se reunió con a los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, con los magistrados del Supremo Tribunal de Justicia y con todos los gobernadores estaduales. De esta manera, los integrantes de los 3 poderes del estado expresaron “unidad” frente a estos hechos que caratularon como “actos terroristas” y expresaron que las investigaciones deben llegar hasta las últimas consecuencias. Hasta el cierre de este artículo más de 1000 bolsonaristas fueron detenidos y no se descarta que la cifra de detenidos aumente. A su vez, la Corte de Justicia removió de su cargo al gobernador de Brasilia y ordenó levantar de inmediato todos los campamentos bolsonaristas instalados frente a los cuarteles militares.

¿Y ahora?
La violencia desplegada el domingo en el Planalto y su similitud con la toma del Capitolio no es algo azaroso. Es parte de un movimiento de extrema derecha que ha crecido en el último tiempo y que ha alcanzado niveles de organización y representación impensados en otros momentos.
El intento de Golpe de Estado en la Patria hermana de Brasil no fue el resultado de una poblada improvisada, por el contrario, las características que asumió la intentona antidemocrática dan cuenta de la existencia de organización, planeamiento y financiamiento.
En este sentido, es importante destacar que esta derecha conservadora brasileña, consolidada de la mano de Jair Mesías Bolsonaro, se convirtió en un actor dispuesto a mostrar sus músculos y a exponer el juego antidemocrático que esta presto a jugar. La experiencia norteamericana demostró que aun sin Donald Trump el trumpismo sobrevivió. Esta circunstancia se repite hoy en Brasil, con la diferencia de que el bolsonarismo ha logrado sostener un fuerte posicionamiento en el Parlamento.
Una derecha abiertamente defensora de valores ultra conservadores, con representación institucional, organizada y dispuesta a sobrepasar los límites de la legalidad, constituye el arduo frente con el que Lula Da Silva tiene que enfrentarse en su tercer mandato.
En el corriente año electoral la Argentina debe tener presente lo que está sucediendo en el mundo y en la región. La consolidación de las derechas en el mundo y la difusión de los discursos de odio es un fenómeno creciente que tiene su correlato en nuestro país. En un país como el nuestro, con una historia nacional marcada por la violencia y los golpes de estado, es importante reconocer los peligros que representan esos extremos y valorar la Democracia como valor fundamental irrenunciable.
Fuente: Fundación Igualar